martes, 18 de abril de 2017

“De la inundación de Potosí, sólo un barullo. Una anécdota digna de contarse”

“De la inundación de Potosí, sólo un barullo. Una anécdota digna de contarse”

Cuántas cosas y eventos qué contar sobre la aldea Potosí a la que muchos ya consideran un pueblo fantasmagórico, que aparece tras las largas sequías que han azotado a Venezuela, y luego desaparece mágicamente en temporada de lluvias, bajo las aguas de la represa Uribante-Caparo,… “La Atlántida del Táchira”, se me ocurrió un día bautizarle un poco para emular y acompañarle con su vecina ciudad de La Grita, denominada “La Atenas del Táchira”, de la cual fueron localidades de un solo distrito, hoy dividido en dos municipios Jauregui y su segmentado Uribante.
Sobre tantas anécdotas ocurridas en esta pequeña pero hoy muy visitada y turística aldea, que pocos se han dignado en rescatar para los anales de su historia en el tiempo, en una oportunidad me enteré y hasta me inspiró el trabajo que realizó un amigo de la península itálica quien quiso recabar en una muy especificada y significativa lista, los nombres y apellidos de todos quienes de una u otra forma habían contribuido en sus diferentes tareas a la construcción de la represa, su nombre: Giuliano Barbonaglia.
De tal labor muy encomiable y en una consulta etnográfica en conversaciones con amigos de la tercera edad, y perdonen la distancia, entre los que puedo citar a cronistas y poetas,  pude oír la siguiente versión que es digna de referir.
En entrevista en una conocida panadería de la ciudad de San Cristóbal, donde se reúnen  frecuentemente algunos de los miembros de la peña literaria “Manuel Felipe Rugeles” de escritores tachirenses (con 57 años de vida, más antigua de Venezuela), según relato del poeta uribantino, humorista y tocayo Antonio Mora, el proyecto de construcción de la represa data para el momento de erigirse, de al menos dos décadas atrás. Sin embargo, pocos fueron los vecinos que conocían exactamente el aciago destino de la aldea,  no así un cura párroco que en efecto conocía los pormenores, en sus viajes a la capital en sus entrevistas con altos funcionarios del gobierno.
El cura párroco en cuestión, con la viveza criolla que caracteriza al venezolano, y en aras de sacar provecho de tal información por pocos conocida, se dedicaba en sus homilías a sembrar de miedo y terror a cuanto incauto escuchaba su muy bien urdida premonición. Destacaba que las aguas de sus dos ríos, el río Puya y río Negro, unidas a las del Uribante anegarían la región, versión que fue cogiendo fuerza a la sazón, mientras el muy bien informado cura se aprovechaba de la ocasión, comprando tierras a diestra y siniestra, o como decimos en lenguaje coloquial “a precio de gallina flaca”, ante un eventual éxodo y forzada desocupación, con la intención de “engordarlas” y hacer un negocio lucrativo que le redituara una fortuna.
Y pasado un tiempo, casi veinte años, los vecinos de Potosí que aún quedaban pudieron comprobar con la construcción de la represa que era cierta la premonición pero no como anunciada vaguada, como desastre natural, ni muchos menos naufragio o inundación, la acción ya venía proyectada en un ambicioso Plan de electrificación.
De la historia contada es aleccionador su final como colofón, pues lo cierto del caso, es que el cura párroco de las tierras compradas, no pudo usufructuar ni media hectárea, ni un acre de tierra vendió, en razón de su ubicación, las mismas estaban en la parte alta del pueblo hacia donde el agua no llegó, y en el programa de pago de bienhechurías la empresa CADAFE no las incluyó.
Moraleja: Producto de la desmedida ambición, se pueden ahogar anhelos y aspiraciones, al pretender sacar provecho competitivo de secreta información, pues de una artera confusión creada lo que podemos heredar, sólo barullos en cuestión.
Por Hermes Varillas Labrador
@tonypotosino






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