martes, 28 de octubre de 2014

“El sueño citadino” - Cuento



Y salió de su aldea natal ubicada en lo alto de las estribaciones de la cordillera con los sueños y anhelos como su norte y brújula con rumbo a la lejana y gran ciudad, con apenas unas pocas monedas que por varias semanas pudo ahorrar, y en su porsiacaso algunas provisiones en especial bastantes frutos secos y semillas, y otros alimentos no perecederos, suficientes para los días de travesía; se imaginaba en su mente llena de inocencia y candidez que no le iría tan mal, que algún oficio digno podría hallar y desempeñar, para luego de amasar una gran fortuna, poder regresar a sus querencias con fama y celebridad. Y tomó la determinación de hacer el  recorrido a pié, no tenía prisa por llegar a su destino, iba muy contento recordando del inmortal poeta español Antonio Machado, una frase que le sirvió de estimulante apoyo y fiel bastón: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Fueron muchas las aventuras que en el viaje por tres días tuvo que afrontar y que serían dignas de contar. Pero lo que más le marcó su ímpetu y ansiedad por llegar a la ciudad, era el contraste al observar por el camino las condiciones deplorables de los viajeros que regresaban. Decía para sus adentros: “Por la maleta se conoce al pasajero que anda de viajero”, y aquellos que una vez vio partir en búsqueda de fortuna, no les veía en sus rostros mayor grandeza y alegría de haberla hallado, al contrario, en sus rostros afligidos veía reflejada desesperanza, tristeza y dolor por un tiempo perdido en una empresa sin frutos y sin sentido, sus zapatos ya raídos y la de los viajeros que hallaba en contravía no presentaban  mayor diferencia, no se cansaba de detallar eso que le pudiese desentrañar el misterio de la transformación que se operaba en la metrópoli en cada amigo o conocido que se topaba en el camino, los saludos y diálogos que sostenía apenas eran monólogos que poco le decían y orientaban acerca de lo que soñaba…y luego se extasiaba contemplando las maravillas de la naturaleza, el aire puro que llenaba sus pulmones, con un olor a campiña feraz, cantidad de aves que volaban cantando alegres de un sitio a otro con melodiosos trinos, y eso le hizo recordar una cita bíblica que en una oportunidad escuchó de labios de su abuelo: “Fijaos en los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan ni hilan, y yo os digo que ni Salomón en toda su gloria pudo vestirse como uno de ellos...” y eso le estremeció su fibra de humilde campesino, y quiso reanudar su camino a la ciudad, pero a medida que se acercaba más y más a la vorágine de la gran urbe pudo comprobar que en las adyacencias a ese laberinto de concreto y cemento, se erigían como tarjeta de presentación cinturones de miseria y al levantar la vista al cielo para preguntarle al Dios Creador del porqué ese espectáculo tan deprimente, no pudo ver sino una inmensa nube de humo a través del cual apenas pudo observar con dificultad que arriba había un sol, era el smog y la contaminación una aterradora visión que le impactó y aumentó más su desilusión. Y se planteó una interrogante como gran disyuntiva a resolver: - Creo que no estás haciendo las cosas muy bien ¿Por qué la fatiga de venir a sobrevivir en esta gran capital, si en el campo eres un Salomón sin riqueza, ni lujos, pero vives con humildad sencillez, armonía, austeridad, y que lo puedo resumir en mucha felicidad?. Esto no hay más que pensar. Mejor me regreso para mi aldea natal.  Por: Hermes Varillas Labrador