miércoles, 23 de octubre de 2013

“Ideas sueltas sobre la suerte y el éxito.”

He sido apasionado y hasta obsesionado en dejar muy bien sentado que existe una abismal diferencia entre suerte y éxito, tanto como decir que no es lo mismo “casualidad” que “causalidad”.
En las casualidades  interviene el factor aleatorio, es como pretender con un único número ganar un sorteo entre millones de posibilidades, la probabilidad de ocurrencia es casi  cero, caso contrario de las causalidades, por la vía del ejemplo de un cultivo, si se abona bien el terreno, adicionalmente se riega y cuida de malezas y otras amenazas, con suficiente esmero y trabajo permanente, podemos tener la certeza de la obtención de buenos frutos, es decir, la probabilidad de obtener lo esperado es de un 100%.
Preferible es aquel fruto que se obtiene con trabajo y dedicación a lo que nada nos cuesta que proviene por la vía del azar, de la lastima, de la dádiva, de la inconciencia o incluso de dudosa procedencia.
Que si existe la suerte, eso es cierto pero no probable apostar a la suerte, pues la vida está constituida de eventos en baja medida sometidos al azar, la mayoría a las causalidades.
Así pues… En el péndulo entre casualidades y causalidades de la vida, no es recomendable desear suerte a nuestros congéneres. Preferible es augurarles: ¡Éxitos!
Cuando hacemos esfuerzos con tesón, inteligencia y perseverancia por lograr metas y proyectos, estamos en presencia no de la suerte, sí del éxito. Caso contrario cuando apostamos al azar y la casualidad la ocurrencia de un evento, no buscamos el éxito sino la suerte.
Por inefable razón se augura al prójimo suerte antes que éxito, con certeza debemos entender que Dios no juega a los dados con el destino de los seres humanos.
En la eterna pugna entre causalidad y casualidad siempre será la primera la que lleve la delantera pues para que algo esté sometido al factor aleatorio debe existir una causa.
Extensiva la anterior reflexión al caso de nuestro crecimiento personal… El humano pensamiento debe negarse a confiar su aprendizaje, y por ende, la forma cómo ha de forjar su destino, al factor suerte; preferible es la búsqueda del éxito mediante las causalidades aprovechando al máximo su talento y sus grandes fortalezas. Más grave aún… Quien tenga la grande responsabilidad y conducción de un aula de clase que sólo repita lecciones grabadas de memoria, no es docente, tal vez sólo una “suerte” de caja de resonancia que obtendrá en logar de éxitos, un producto de mala calidad signado por la mediocridad.
Una reflexión final como colofón de este corto ensayo…

A quienes apuestan a creer en un mundo creado sobre la base de la teoría del caos y el azar. Para quien apuesta a la suerte, la vida es una especie de laberinto; mientras mayor prisa tenga por salir, más desorientado vivirá. Suerte no puede ser el apodo de Dios, certidumbre es su mejor calificativo. Parafraseando lo dicho en cierta oportunidad por A. Einstein: “Por cada puerta que la incrédula ciencia logra abrir, encuentra indefectiblemente detrás a Dios”

-Hermes Varillas Labrador

Educador y comunicador socia