“De la inundación de Potosí,
sólo un barullo. Una anécdota digna de contarse”
Cuántas cosas y eventos qué contar sobre la aldea Potosí a la
que muchos ya consideran un pueblo fantasmagórico, que aparece tras las largas
sequías que han azotado a Venezuela, y luego desaparece mágicamente en
temporada de lluvias, bajo las aguas de la represa Uribante-Caparo,… “La
Atlántida del Táchira”, se me ocurrió un día bautizarle un poco para emular y
acompañarle con su vecina ciudad de La Grita, denominada “La Atenas del
Táchira”, de la cual fueron localidades de un solo distrito, hoy dividido en
dos municipios Jauregui y su segmentado Uribante.
Sobre tantas anécdotas ocurridas en esta pequeña pero hoy muy
visitada y turística aldea, que pocos se han dignado en rescatar para los
anales de su historia en el tiempo, en una oportunidad me enteré y hasta me
inspiró el trabajo que realizó un amigo de la península itálica quien quiso
recabar en una muy especificada y significativa lista, los nombres y apellidos
de todos quienes de una u otra forma habían contribuido en sus diferentes
tareas a la construcción de la represa, su nombre: Giuliano Barbonaglia.
De tal labor muy encomiable y en una consulta etnográfica en
conversaciones con amigos de la tercera edad, y perdonen la distancia, entre
los que puedo citar a cronistas y poetas,
pude oír la siguiente versión que es digna de referir.
En entrevista en una conocida panadería de la ciudad de San
Cristóbal, donde se reúnen frecuentemente
algunos de los miembros de la peña literaria “Manuel Felipe Rugeles” de
escritores tachirenses (con 57 años de vida, más antigua de Venezuela), según
relato del poeta uribantino, humorista y tocayo Antonio Mora, el proyecto de
construcción de la represa data para el momento de erigirse, de al menos dos
décadas atrás. Sin embargo, pocos fueron los vecinos que conocían exactamente
el aciago destino de la aldea, no así un
cura párroco que en efecto conocía los pormenores, en sus viajes a la capital
en sus entrevistas con altos funcionarios del gobierno.
El cura párroco en cuestión, con la viveza criolla que
caracteriza al venezolano, y en aras de sacar provecho de tal información por
pocos conocida, se dedicaba en sus homilías a sembrar de miedo y terror a
cuanto incauto escuchaba su muy bien urdida premonición. Destacaba que las
aguas de sus dos ríos, el río Puya y río Negro, unidas a las del Uribante
anegarían la región, versión que fue cogiendo fuerza a la sazón, mientras el
muy bien informado cura se aprovechaba de la ocasión, comprando tierras a
diestra y siniestra, o como decimos en lenguaje coloquial “a precio de gallina
flaca”, ante un eventual éxodo y forzada desocupación, con la intención de
“engordarlas” y hacer un negocio lucrativo que le redituara una fortuna.
Y pasado un tiempo, casi veinte años, los vecinos de Potosí
que aún quedaban pudieron comprobar con la construcción de la represa que era
cierta la premonición pero no como anunciada vaguada, como desastre natural, ni
muchos menos naufragio o inundación, la acción ya venía proyectada en un
ambicioso Plan de electrificación.
De la historia contada es aleccionador su final como colofón,
pues lo cierto del caso, es que el cura párroco de las tierras compradas, no
pudo usufructuar ni media hectárea, ni un acre de tierra vendió, en razón de su
ubicación, las mismas estaban en la parte alta del pueblo hacia donde el agua
no llegó, y en el programa de pago de bienhechurías la empresa CADAFE no las
incluyó.
Moraleja: Producto de la desmedida ambición, se pueden ahogar
anhelos y aspiraciones, al pretender sacar provecho competitivo de secreta
información, pues de una artera confusión creada lo que podemos heredar, sólo
barullos en cuestión.
Por Hermes Varillas Labrador
@tonypotosino
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